los olores definen nuestras raíces,
nuestras costumbres, nuestro ser y nuestra cultura.
“Olor a alpechín y orujo, de campos de olivos somos.
El olor a romero, albahaca y tomillo de tierra serrana
Cuando la Semana Santa se acerca el olor a magdalenas y pestiños,
se mezclan con el de las velas el incienso y azahar, por su fecha su lugar
estos olores se mezclan y nos hacen recordar donde estamos y cada lugar.
Cuando la primavera llega su olor impregna el ambiente de flores y azucenas
y del sur la verde yerbabuena,
ese olor a menta y canela que a nuestros cantaores tanta inspiración les llega.
Esa noche de juerga, ese olor a tabaco y alcohol que nos delata la borrachera.
Cuando la tormenta llega olor a tierra mojada, a campo regado a ropa sudada.
Cuando con una mujer estamos su olor es lo primero que apreciamos
y si a un restaurante entramos la diferencia de un chigre y bar con el
Olor clasificamos.
Antes que con el paladar la comida la solemos olisquear
y si su olor no nos gusta difícilmente la vamos a probar.
Al fumar el olor perdemos y también el paladar
todo nos sabe lo mismo, todo nos huele igual,
cuando en el campo estamos y cerramos los ojos,
por sus olores podemos calcular el lugar en donde estamos,
si hay pinos o animales cercanos, si hay rio, o agua estancada
y si en el mar estamos su olor lo delata.
Los olores en hospitales y salas de curas son muy característicos
al igual que entrar en una iglesia. Eso lo considero poesía”.