Siempre sentí que estaba de
paso. Ahí y en todos esos lugares por los que transito. Siempre en movimiento,
como esas aves que emigran en busca del calor de un hogar que varía en cada
estación. Y, sin embargo, sigo ahí, esperando en esa estación a que llegue mi tren, aunque en este caso no haya nadie a quien esperar porque mi corazón
no forma parte del equipaje preparado para este viaje.
A veces, como ahora que
intento ordenar las ideas y las sensaciones que he ido recopilando como si
fuesen cuentas de un mismo collar o las piedras de mi mochila, me cuestiono si dentro de un tiempo, cuando
la novedad deje de serlo y esta aventura pase a ser un juguete viejo olvidado
en algún rincón de la memoria, habrá supervivientes. Y es que uno tristemente
descubre que, con el paso del tiempo las veredas que no se transitan acaban
llenándose de hierba y es difícil encontrar aquel viejo sendero que llevaba de
una puerta a otra. Todo se olvida con el paso del tiempo. Yo diría algo más aún. El silencio son puntos aparte en la vida.
Y cuando uno pasa pagina, no siempre uno sabe como continuar aquella
conversación que un día brotaba sola y después hay que arrancarla a la fuerza.
No es fácil entender que el
valor de algunas cosas se debe a su característica efímera, y que la única
manera de que algunas personas se queden en nuestras vidas, es dejándolas
partir.
Escribir es la única manera
que conozco para rescatar recuerdos del olvido, momentos e instantes que fueron
eternos al menos mientras los vivimos. Pero las contradicciones afloran también
aquí: ¿Es lícito atesorar esos momentos que sólo nos pertenecen a medias? Quizá
por eso olvido nombres, lugares e incluso el argumento de la historia, y me
quedo con ese algo que me transmitieron… aunque no siempre es eso posible. La
memoria es una joven caprichosa que sólo guarda lo importante para ella, el
resto lo envuelve con papel de niebla y lo regala al olvido.
No somos tan diferentes unos de otros. Aunque vistamos ropas distintas bajo ellas se esconde un perfil de soledades, de momentos en los que la vida parece pasar de largo y uno no puede dejar de pensar si ese tren que se borra en el horizonte era el suyo y lo ha perdido definitivamente. Es entonces, cuando el sabor agridulce de las cosas aflora, cuando la voz de nuestra conciencia se bate en duelo con la ansiedad y uno rebusca en los bolsillos de su existencia, un poco de tranquilidad y cordura.